1 Realmente fue poca la información que
pudimos obtener acerca de los niños, de su entorno y de su condición de
gitanos. A pesar de haber hablado con ellos, faltó tiempo para profundizar en
la observación así como lograr una aproximación real a su cotidianidad, y de
ser posible, a la de sus familias.
Lo
observado en el colegio habla del aplastante sistema hegemónico al que se ven
sometidos los individuos de minorías o colectividades distintas a la enorme
masa normativa. En medio de costumbres puramente “criollas” o “mestizas”, los
niños visten prendas occidentales comunes, así como asisten a misa católica,
manifestación religiosa que no es propia de su cultura. Aunque sabemos que no
sólo es problema este en los niños, ya que inclusive los adultos gitanos han
perdido en gran medida las prácticas “religiosas” del gitanismo.
Si
hacemos la comparación de la realidad con la información presentada en los
medios de comunicación, parecen completamente verídicas las estadísticas acerca
de la cantidad de personas que se reconocen como gitanas, así como la preocupación
presentada en la entrevista hecha a un anciano gitano, quien expresaba su
temor, ya que con el paso del tiempo, los jóvenes gitanos sabían cada vez menos
acerca de su cultura, perdiendo inevitablemente las costumbres de su pueblo. La
tradición requiere de la renovación a riesgo de perderse, y quedar como un
simple anacronismo, perdiéndose en los inciertos anaqueles del olvido.
Es realmente difícil la
situación a la que se enfrentan los gitanos en Bogotá, navegando entre la
pérdida de sus costumbres, la indiferencia ciudadana y la mirada pasiva del
gobierno. Como un adicional, puede decirse que hace falta profundizar en estos
temas, en la comprensión de la alteridad en las ciudades latinoamericanas,
pesarnos diferentes pero iguales, distintos pero tolerantes.
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