Esta
semana, se firmó el proyecto que protege la biodiversidad cultural colombiana,
una empresa que lleva el sello de la búsqueda del reconocimiento del otro. Los saberes ancestrales, con la
conocida importancia de la que gozan en muchos espacios académicos –e inclusive
en algunos organismos estatales-, aun se encuentran amenazados por un ligero cinismo social, gracias a la desacertada
asociación que el ciudadano de a pie hace de ellos con el atraso y el pasado.
El
conocimiento “empírico”, forjado a través de las generaciones y la relación
diaria con el trabajo y con la tierra, es aunque no lo parezca, de vital
importancia para una buena parte de la población y de la economía nacional. A
parte de los procesos tecnificados de los grandes latifundios, según
estadísticas presentadas en el informe, el 30 % de la población colombiana se
sostiene gracias a este conocimiento tradicional.
Este
tipo de propuestas por la inclusión y la construcción de un país entre todos
sus actores, llega hasta las ensimismadas tierras citadinas, cuestionando el
papel que juegan en una metrópoli como Bogotá los saberes ancestrales de las
minorías étnicas, quienes en la mayor parte de los casos, lejos de sus lugares
de origen viven necesariamente su condición diferente,
reapropiando significados y experimentando su entramado cultural en un espacio
hegemónico urbano. Sí comprendemos que los conocimientos tradicionales van más
allá del saber de la tierra y que divergen por todos los terrenos de la vida
cotidiana, podemos preguntarnos: ¿Qué tipo de nuevas relaciones surgen entre el
saber ancestral y la ciudad? ¿Cómo vivir Bogotá a través de los ojos Misak, de
los ojos Nasa o de los ojos Embera? Es algo a lo que por lo menos aquí no
podemos dar respuesta. Pero si podemos decir que proyectos como el de la protección
a la biodiversidad son un buen comienzo.
Una
vez más retomamos el desafortunado tema del desplazamiento forzado y la violencia
a la que se enfrentan campesinos, indígenas, afro y demás comunidades nacionales,
a causa del conflicto armado entre la guerrilla y el gobierno. En un documento
de la ONIC, se revelan las cifras de muertes y desplazamientos en lo corrido
del año por parte de los pueblos indígenas, números que en la elevada cantidad
que conocemos nos llevan a cuestionarnos acerca del papel del gobierno, de la
protección de los resguardos y para el interés de este blog, los lugares hacia
los que emigra la población. Bogotá como capital recibe diariamente personas
que a la fuerza abandonaron sus lugares de origen para proteger la vida.
En
medio de la política “incluyente” propuesta por el alcalde Petro, estas
comunidades y todo inmigrante será apropiadamente recibido en Bogotá, pero en
contraste con la realidad observada por los miembros de este grupo y de las
locuciones de distintas posturas gubernamentales y comunitarias, la ubicación y
la inclusión de estas comunidades a la sociedad representan un difícil reto a
superar. Lo que tratamos de resaltar son las dimensiones tan profundas y magnas
del conflicto armado y su necesaria confrontación con la vida misma de las
minorías étnicas en la capital.
FUENTES
1) http://www.agenciadenoticias.unal.edu.co/ndetalle/article/el-30-de-la-poblacion-vive-gracias-a-sus-conocimientos-tradicionales.html
Consultado el 19 de octubre de 2012, a las 10:00 a.m.
2) http://cms.onic.org.co/2012/10/informe-derechos-humanos-pueblos-indigenas-onic-enero-septiembre-2012/
Consultado el 19 de octubre de 2012, a la 10:12 a.m.
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